"El que no está dispuesto a perderlo todo, no está preparado para ganar nada".” Facundo Cabral

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LAS VIOLENCIAS COTIDIANAS

Partimos de considerar dos asuntos claves: Primero, que aunque el estudio de la teoría política y metodológica de la NOVIOLENCIA es muy reciente, su historia es tan antigua como la humanidad - eso lo demuestran los hechos-; y segundo que se escribe como una sola palabra, sin separarla y sin guión, pues lejos de algún argumento semántico, lo que se quiere es poner de manifiesto que no es la sola negación de la violencia directa, sino una propuesta de trasformación de la sociedad y por supuesto de nosotros y nosotras mismas.


La realidad actual nos muestra que nos hemos venido acostumbrando a la violencia, la cual es una construcción cultural que domina todos los actos cotidianos. Bastaría echar un repaso: de niños nos castigan por rayar las paredes y después porque no escribimos; nos ordenan callar, hacer silencio, respetar a los mayores y luego nos insultan porque no hablamos, porque no saludamos, simplemente porque no somos “capaces de abrir la boca”, esa misma que tanto tiempo fue reprimida y obligada a permanecer cerrada. Hay una necesidad de obediencia que se obtiene por las malas, que se obliga con actos violentos.

Todo debe solucionarse a los golpes, al atropello, al insulto, al madrazo. Estamos condenados a la ley del más fuerte. La casa, la calle, el barrio, la escuela, el parque, todo está lleno de miedos, ese miedo que de niños definimos como “cuando está de noche y apagan la luz”. Por eso muy a menudo se nos van las luces. Hoy la vida es un constante acelere, con autopistas y sistemas que no dan tregua, pues están dispuestos para obedecer las normas de tránsito rápido, así que o te apuras o das paso o de lo contrario pito, bocina, madrazo, frenada, machete y cruceta por si acaso. Llevamos la violencia pegada al pellejo, como la única alternativa para enfrentar los conflictos.

Las cosas se hacen como se dice y no de otra manera. Tenemos metido el chip de la obediencia, “haz caso, obedece y nada te pasará”, así de simple y quienes apropien una postura diferente deben estar preparados para asumir sus consecuencias, porque por siempre nos han enseñado que la desobediencia se sanciona, entendiendo la desobediencia como el mero acto de no cumplir con las órdenes y no como las múltiples maneras que tenemos de opinar, proponer y crear otras posibilidades.

Por eso es urgente reconocer la capacidad crítica, flexible y de apertura que tiene la NOVIOLENCIA, que trata de buscar puntos de encuentro, construir una sociedad cuyos pilares sean la libertad y la justicia. Esa misma dinámica hace que no sea pasiva, pues no está de lado de quienes simplemente se dicen ser partidarios de la paz. De ahí también una consideración importante, en el sentido de reconocer que “no es lo mismo no ser violento que ser noviolento”.

La NOVIOLENCIA se presenta y actúa en el curso y en el resultado de un conflicto, -entendiendo este resultado como un acto pacífico- partiendo del principio que debe ser una acción, un deber y un convencimiento por la construcción de la justicia dentro de un total respeto, defensa, protección, promoción y cuidado de la vida. Esto suena bonito o como dirían otros: utópico, impracticable, pero es precisamente la apuesta, llenarla de nuevas miradas y hacerla tan factible como nuestros eventos cotidianos, porque además como dice Eduardo Galeano, “para eso sirve la utopía: para seguir caminando” y aunque vamos volando, los sueños son los que nos permiten tener esperanzas, pensar y planear el presente y el mañana, creer en nosotros y en los otros. Esa debería ser nuestra lucha, nuestra persistencia en las relaciones familiares, de trabajo, de la calle, del bus, del banco, del barrio, de todos los escenarios vitales.

No sabemos en qué momento nos cambiaron las reglas de juego, acogimos las diferentes manifestaciones violentas para responder a todos los actos que generan diferencias, dificultades, conflictos. No será acaso un escudo para evitar al otro, para no sentirlo cerca, cara a cara y cancelar la mínima posibilidad de la conversa, del diálogo y sobre todo para aplacar cualquier intento de solución porque “y qué le vamos a hacer, si es que somos así”, que letargo, que manera de conformarnos con lo que hay, con lo que aparentemente somos y con lo que hacen con y de nosotros.

La invitación es sencilla y permanente en todos nuestras relaciones: no eliminar ni derrotar al enemigo -si lo hay- más bien entenderlo mediante actos que lo desconcierten, poner en juego acciones que no sean retaliadoras, luchas que no tengan que pasar por las armas, no seguir cobrando con injusticias, con carencias de amor.

La NOVIOLENCIA debe entonces asumirse como principio, forma de vida y de lucha, donde se busquen alternativas a la violencia. No pensar que esto es la única solución, que con su práctica lo resolvemos todo, pero sí pensamos que tenemos mucho para aportar a la construcción de una mejor sociedad, democrática, tolerante, justa, equitativa, ajustando siempre los medios con el fin para mantener la coherencia necesaria.

Por último, miremos lo que nos dejan sus líderes: Gandhi la denominó como el camino o la «búsqueda de la verdad». Luther King dijo de ella que era la «fuerza de amar». El obispo brasileño Helder Cámara la llamó «presión moral liberadora». El discípulo europeo de Gandhi, el italiano Lanza del Vasto habló de ella como una «manera activa de combatir el mal». El escritor ruso León Tolstoi señaló que nos encontrábamos ante una fuerza «más subversiva que los fusiles». El político italiano Aldo Capitini se refirió a ella como «una forma de rebeldía permanente». Y el jurista Norberto Bobbio la ha definido como la «voluntad consciente de los hombres que han renunciado al empleo de la violencia para resolver los conflictos».

 
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