"El que no está dispuesto a perderlo todo, no está preparado para ganar nada".” Facundo Cabral

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OTRA CIUDAD: NUEVOS RETOS PARA VIVIRLA



El tema de la ciudad ha entrado a jugar un papel importante en el actual debate cultural, pues es precisamente en ella donde surgen nuestros temores pero también las esperanzas que nos permiten vivir y de otra parte porque posibilita o nos acerca a comprender las transformaciones que atraviesan la sociedad y el hombre.

No se puede por tanto, seguir añorando aquella ciudad impecable, pues los desafíos de la historia nos invitan a asumirla de manera más activa y sentir su composición, sus territorialidades y su destorritorialización, sus miedos y sus narrativas, sus juegos y su caos, sus recorridos a pie y en bus, sus centros y sus marginalidades, sus tiempos y sus calendarios, porque es fácil observar en las ciudades latinomamericanas que el hambre y el analfabetismo se cruzan con los grandes supermercados y las pantallas electrónicas.


La llamada modernización de la ciudad o su crecimiento no significa necesariamente que tiene más espacio asfaltado, sino más bien que hay un crecimiento de una experiencia temporal urbana sin culpa y sin utopía y desde ahí aparecen dos claves para entender este proceso de modernización de nuestras ciudades: en primer lugar hay que entender la modernización como tensión entre memorias étnicas y memorias universales. Y dos, se hace necesario volver a valorar la experiencia y la narratividad de los habitantes, pues en últimas la ciudad no es sólo para habitarla sino también para pensarla. Es pensar si en verdad es un asunto público o una suma de intereses privados, donde se experimentan las formas de pertenencia al territorio y de vivir la identidad, donde juega lo local y lo global, lo tradicional y lo moderno, la lectura y lo audiovisual, escenarios de comunicación que entran a formar la ciudad virtual.

En Colombia los procesos de urbanización, responden a la modernización industrial y a las transformaciones de las condiciones de vida y de las costumbres tradicionales, sólo hasta mediados de los años ´60, pues antes, años ´40, ´50 y hasta mediados de los ´60, estos procesos estuvieron ligados a la violencia que obligó a millones de campesinos a abandonar sus propiedades para meterse tanto en ciudades grandes, medianas e incluso en aquellas que no pasaban de 20 mil habitantes, cosa que diferencia esta migración con la de la mayoría de países de América Latina, donde se sucedió sólo sobre las grandes ciudades. De ahí que se hace necesario diferenciar el modernismo arquitectónico, de los procesos de modernización de la vida urbana, que sólo comienza a mediados de los `60.

En l caso de América Latina, esta modernización tiene tres dinámicas: el deseo y la presión de las mayorías por conseguir mejores condiciones de vida, la cultura del consumo y las nuevas tecnologías comunicacionales, que borran la memoria y amenaza las identidades.
La modernización urbana, entonces, se identifica mucho más con el paradigma de comunicación que busca regular el caos urbano, basado en el concepto de flujo, donde los ciudadanos no se encuentren sino circulen, pues lo que empieza a entrar en juego es la sociedad de la información y por tanto la velocidad de circulación. Así el ciudadano experimenta nuevas forma de habitar o padecer la ciudad.

La des-espacilización, donde el espacio urbano no cuenta, pues se transforma en espacio de flujos y canales, sin que haya intercambio de experiencias entre las gentes, lo cual provoca la pérdida y arrasamiento de la memoria cultural. El des-centramiento de la ciudad, es decir la pérdida de centro, de aquellos lugares que en la ciudad cumplían la función de centro, como las plazas, ahora borradas por los centros comerciales, donde se concentran todas las actividades, en medio de un espectáculo arquitectónico y escenográfico del comercio. Por último, la des-urbanización, indica la reducción de la ciudad que es realmente usada por los ciudadanos, el desuso de los espacios públicos.

Se habla entonces de la ciudad como un espacio comunicacional, es decir que conecta entre sí sus diversos territorios y los conecta con el mundo, lo que impone nuevas condiciones de vida y la reinvención de lazos sociales y culturales, mediados por las redes audiovisuales. Esto es el aterrizaje en la ciudad virtual, una ciudad que no requiere cuerpos reunidos sino interconectados.

Y como cada día se alimenta más la inseguridad, la ciudad virtual responde con una propuesta de interacción con informaciones o textos, donde no haya espacio de encuentro, sino que el ciudadano tiene, en los distintos lugares –supermercado, aeropuerto- toda la información que necesita para comprar o guiarse, sin necesidad de interlocutor con nadie. Incluso las autopistas modernas no permiten oler y sentir cada población, pues éstas simplemente pasan por un lado y lo que ofrece el municipio, se reconoce por la publicidad puesta en las vallas a lado y lado de la autopista.

Hoy son los medios masivos y con mayor fuerza la televisión, el escenario de la cosa pública, pues todos los actos políticos, tanto la que se hace en los recintos oficiales como en la calle, se hace para las cámaras, pues basta recordar que cada vez se reduce más la asistencia a los actos culturales públicos, la cultura a domicilio crece y multiplica desde la televisión.

Y para rematar con el uso del famoso control remoto, cada uno, o por lo menos quien lo usa, puede armar su propia programación con pedazos de los diferentes formatos televisivos que pueden estar pasando simultáneamente en los canales y así arma los sitios donde habita, teje el rebusque con que sobrevive y mezcla los saberes con que enfrenta la opacidad urbana. La ciudad virtual despliega así el primer territorio sin fronteras y el lugar donde acecha la sobra amenazante de la contradictoria utopía de la comunicación”.

Al cierre…

Jesús Martín Barbero, en “Oficio de Cartógrafo”, hace una “radiografía” de los nuevos modos de vivir la ciudad y de las manifestaciones que la califican de ciudad virtual, donde desaparecen los espacios y momentos del encuentro, diríamos, lo humano, cercano y cálido de la convivencia, atropellado ahora por el afán que implica padecer la ciudad, pues hasta el sentido de pertenencia se pierde.

Si bien esta “radiografía” muestra -desde la trasluz del cristal de una ventana- la realidad de las transformaciones que experimentamos los ciudadanos en los recorridos habituales en la ciudad, también es cierto que estos cambios obedecen a las recientes relaciones que se han impuesto en la vida hogareña o en la vida en familia, donde ya no hay tiempo para nada y todo tiene que hacerse a la velocidad que demandan estos tiempos modernos. Así, por ejemplo, se rompieron las relaciones cotidianas, el saludo, la conversa en el comedor y las mediaciones para compartir, discutir y planear por lo menos el presente. Ahora, estas afinidades se dan a distancia, donde cada uno va por su lado y los espacios de encuentro son muy escasos, quizá solo nos reúne una fecha o un evento especial. La casa se vuelve pequeña, fría y acoplada en medio del concreto, por eso las fiestas familiares se salen de ella y se pasan a la casa de banquetes o el salón comunal, que tienen su propio reglamento de funcionamiento que incluye horarios de entrada y salida.

A partir de ahí todo empezó a modificarse : El barrio pierde su identidad y sentido de pertenencia por su nueva estructura física y la inseguridad, que hace que se cierren calles, se pongan barreras o muros para encerrarlo y se reduzcan los espacios comunes, donde se vivía l fraternidad de los ratos libres o los días festivos. De otra parte, se pierde la calidad de vecino, aquel amigo conocido, solidario y cercano, que es parte fundamental para vivir juntos y que pasa a ser un ilustre desconocido, del cual no se sabe cómo se llama, quién es o qué hace, es simplemente el de la “casa doce”, el “de la esquina”, “el gafufo” o “el calvo”.

Otra de las circunstancias que aceleran este proceso, es la desconfianza que provocan personas que llegan a invadir la ciudad y a vivir como sea y donde sea, pues traen un cúmulo de experiencias violentas, angustias y necesidades que chocan con la vida urbana de la ciudad y los obliga a echar mano de cualquier “trabajo” para el sustento de la familia, en unos casos, y en otros a ser parte de los mendigos, ladrones y atracadores que caminan las calles y otros espacios públicos. Ese miedo encierra los barrios, abarrota las casas y hace que los ciudadanos y la familia una vez resguardados en sus casas, tengan todo el mundo a su disposición a través de los medios tecnológicos, especialmente de la televisión.

Los sitios menos concurridos son los espacios que sirven de “centro de la ciudad”, pues allí es donde más campea la inseguridad, por eso nadie habla, nadie saluda, no se camina, se corre y todos desconfían de todos. Otra lamentable pérdida es la plaza de mercado, esa fiesta auditiva -con todos los sonidos y las voces del que vende y el que compra- y visual -con los múltiples colores de las frutas, las verduras y los trajes de todos los estratos-. Lamentable porque en medio del juego del regateo y la espera del negocio, pasaban las palabras, historias y sucesos, locales y nacionales, de aquello que no cabe en la televisión o que se menciona en apenas treinta segundos.

La ciudad se sigue acelerando, cada vez más autopistas, más vías rápidas, menos paraderos, más barrios interconectados y más ciudadanos apresurados por llegar a su destino. Las identidades locales se cubren de asfalto, surge lo global, los imaginarios colectivos son individuales, los intereses privados construyen la ciudad y los medios masivos nos siguen regalando miedo a mañana, tarde y noche. No hay para qué salir de casa, una llamada o una conexión pondrá a disposición lo que necesitamos o lo que queremos.

Por fortuna también hay alguna conciencia de esta nueva forma de vida, -nueva y no por eso mejor- y se están asumiendo políticas de fortalecimiento de usos y costumbres, que aunque modernos, empiezan a desacelerar el ritmo cotidiano de la ciudad, reinventando espacios y lugares, en una oferta de posibilidades para vivenciar el encuentro, la fraternidad y un mínimo diálogo que nos reconozca como humanos y co-habitantes de algo que nos pertenece.

El hecho es que querámoslo o no, asistimos y experimentamos una ciudad virtual, un modelo de sociedad de la información y todos, de alguna manera, llevamos encima o recurrimos a un aparato que nos mantiene conectados o nos proporciona ahorro de tiempo para las vueltas y gestiones de la vida diaria. Es lo real. Vivirlo o no vivirlo?. Creo que no es el asunto.

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MARTÍN-BARBERO, Jesús, 2002, Oficio de cartógrafo Travesías latinoamericanas de la comunicación en la cultura, Fondo de Cultura Económica, Santiago de Chile, pp 273-297

 
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