"El que no está dispuesto a perderlo todo, no está preparado para ganar nada".” Facundo Cabral

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LA TELEVISIÓN NOS RE-CREA



Hace unos días mi hija de cinco años me buscó afanosamente por la casa para pasarme una petición urgente: papi quiero que me compres una gaseosa que deja la boca como azul -me dijo con una fascinación transparente en los ojos-, sólo atiné a preguntar qué era eso y enseguida me tomó de la mano y me llevó frente al televisor. Pues una de estas, -manifestó indicando la pantalla del aparato-, pero enseguida notó que ya no estaba lo que había visto, ante lo cual optó por ponerse a explicarme un motón de gente, gestos, maniobras, textos e imaginarios que hacían parte de un comercial.


Después de entender a medias lo que sucedía y de exponer una larga retahíla de desprestigio contra la tal gaseosa, mi hija seguía insistiendo e insistiendo, hasta el punto que -ante la debilidad de la argumentación- toco imponer un no rotundo, con lo cual concluyó el episodio. No se si hice bien, pero creo que agoté los discursos posibles para el momento, incluso estuve a punto de apagar el televisor y esconder el remoto, con la ligera sospecha que el medio estaba provocando conflictos con mi hija, la estaba mal educando y metiendo en un mundo que ella creía real.

Lo que pasó después no tiene campo para comentarlo aquí, pues sólo quiero agarrar ese incidente para referirme a lo que viene pasando cotidianamente en nuestras comunidades con el consumo de los diversos productos que nos ofrece la televisión y su uso y abuso desprevenido, no de los niños, más de los adultos que estamos condicionados, representados y/o construidos a “imagen y semejanza” de esa “cajita mágica” que cada día nos re-crea.

De muchas maneras la televisión pasó -o se cansó- de representarnos tal y como somos, con nuestras miles de facetas, a construir nuestras realidades o lo que Verón llama la mediatización de la sociedad, donde producen sentidos y crean escenarios que se nos muestran como reales. En otras palabras hoy todo está pensado para la televisión, hasta el punto que la realidad tiene que ser actuada, pues los gestos, los movimientos, la mirada, los planos y los perfiles son predeterminados, no se toman con la espontaneidad del suceso o del momento, sino que deben darse de acuerdo al producto televisivo, o más aún, para el producto televisivo, con la espantosa convicción de que “el que no está en la televisión, no existe”. De ahí los afanes, piruetas, estrategias y pendejadas que se inventan para tener un lugar en la prestigiosa vitrina mediática de nuestro país (léase mundo).

Es aquí donde nos crearon este monstruo devorador y exhibidor por excelencia, que simplemente es excluyente y ¿quién se preocupa por los excluidos?. Bonita la hora de venir a preguntar. Para eso estarán los canales regionales, o los institucionales, o los privaditos que se resisten a desaparecer, y que entre todos sumarán los mínimos rating de sintonía, es ahí donde están lo que llamaríamos “las inmensas minorías”, que de pronto algún día existirán para la gran pantalla por cuestiones fortuitas (accidentes, tragedias, desastres) o porque alguna de sus condiciones generan cierta curiosidad.

No en vano la información en la televisión se convirtió en un espectáculo, donde cada noticia es una pequeña película y se pasa, repasa y sobrepasa, a mañana, tarde y noche para que nos aprendamos la historia del país, pues en últimas el noticiero es la realidad construida de nuestra sociedad, es lo que proyectamos hacia fuera y por supuesto es la idea que se tiene del país. Incluso en una sociedad morbosa, la noticia alimenta esta condición, con el agravante de que le creemos al presentador (periodista) y disfrutamos la puesta en escena de un noticiero, que se preocupa más por la forma que por el contenido, que abrió los planos para permitirnos “entrar más adentro” y tener un mayor grado de confianza, con lo cual la enunciación desaparece porque de antemano hay credibilidad. Qué decir por ejemplo de los diálogos que se entablan entre los presentadores, de sus gestos, sonrisas, posturas y movimientos. Todo eso no es casual ni espontáneo, tiene su sentido en cuanto que están comunicando, calificando o descalificando enunciados o personas.

Para hacer más poderoso el espectáculo noticioso, como lo dijo alguien -en alguna parte que no recuerdo- los noticieros juegan con las necesidades y deseos de las audiencias, por eso fácilmente se pueden identificar tres secciones: sangre, goles y colas. La primera franja para todo lo que tenga que ver con violencia, desastres, muerte y demás. Una segunda para los goles del día y la tercera para mostrar cuerpos, tetas y colas. Con esto -y su consabida reiteración en el espacio de la mañana, el medio día y la noche- se satisface la realidad del país. Y todos contentos -“no se muevan”- y a dormir que mañana volvemos con más saturación -“o antes si algo o alguien extraordinario lo requiere”.

Quiero dar un giro, aprovechando el momento electoral que vive Colombia, para echarle un vistazo a lo que sucede en lo televisivo, ya que Verón en su libro hace un recuento fascinante de las campañas electorales y las estrategias para la televisión. Primero hay que entender que aquí los dos canales privados reafirman y sustentan el discurso oficial del gobierno, pues su fin es económico y éste es quién financia y garantiza en gran medida la permanencia de estos canales. Claro que también hay que decir que esto no sólo se debe a ellos mismos, sino que también hay una propuesta estratégica comunicacional de los asesores del gobierno y el mismo presidente tiene un excelente manejo de medios.

Por estos días se habla de los famosos debates electorales con los candidatos a la presidencia de la República, donde -según el jefe de prensa de la campaña de Uribe- no va a estar éste candidato y actual Presidente de Colombia. No es ninguna sorpresa. Es otra muestra de inteligencia estratégica. Para qué exponerse en la televisión a un debate donde no va a ganar nada, pues si le va bien seguramente su favorabilidad no sube, pero en cambio si le va mal, podrá experimentar un bajonazo en su popularidad. Ahora, en el actual empobrecimiento del discurso político, donde no se discuten propuestas sino se “raja del vecino”, para que ir a que le saquen los trapos al sol ante millones de televidentes. Claro, es un acto anti democrático y de cierta arrogancia y seguramente algo perderá, pero está claro su discurso político, porque para sus pro-destinatarios mantiene la cercanía a través de otros medios, de visitas a las regiones y de sus actos de gobierno. Para sus para-destinatarios cuenta con los canales privados de televisión que transmiten y repiten sus enunciados de una manera coloquial, intentando enamorar y persuadir -como cuando invitó a los demás partidos y movimientos a hacer una gran alianza por el país y respaldar su candidatura o cuando le pasan sus excusas, palabras y frases cargadas de regionalismos-. Y finalmente, a sus contra-destinatarios los deja sin opciones de debate y con pocas herramientas mediáticas para ejercer una fuerte oposición, pues además su imagen se mantiene por arriba y parece que nada lo afecta.

Ahora, un debate donde como de costumbre los periodistas quieren ser protagonistas, donde la mediatización se da en tanto la transición entre el discurso político y el receptor tiene que pasar por el periodista y entonces empieza la disputa por quièn es el más aceptado para estar en el escenario, pues cada uno tendrá sus pro y sus contras. Lo cierto aquí es que seguramente el actual Presidente-Candidato, en otro acto de inteligencia y estrategia, va a aceptar debates bajo unas reglas de juego muy claras y específicas que le permiten salir bien librado, máxime cuando ha demostrado su capacidad de discurso y defensa de sus planteamientos.

Lo anterior es otro elemento que nos permite reafirmarnos en la construcción de las realidades que hace la televisión, donde todo tiene que volverse espectáculo, pensarse, elaborarse y mostrarse para la televisión, más cuando sabemos que las campañas ya no son de plaza pública sino de espacio televisivo y las relaciones-diálogos se trasponen en la pantalla, que es quizá el espacio que quería mi hija para tener simplemente la posibilidad de verse la boca llena de azul y hacer juego con unos coleros y zapatos del mismo azul, como lo observé después en el comercial. Un intento que la televisión en su afán de re-crear no pudo consumar.

 
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