"El que no está dispuesto a perderlo todo, no está preparado para ganar nada".” Facundo Cabral

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Educando a la tele

Al intentar el inicio de este documento, mis recuerdos de infancia empezaron a saltar de un pupitre a otro, de un salón a otro y se escurrieron por esos episodios sabrosos de aquella época escolar. Y claro, se detuvieron en lo que en ese tiempo conocíamos como la sala de televisión, a donde algunas mañanas nos llevaban en estricta fila, nos disponían de pie y con la cabeza alzada, -pues el aparato estaba suspendido en lo alto del recinto- para que en completo silencio y sin movernos asistiéramos a la “clase televisada”. No es que uno entendiera mucho o la cosa resultara novedosa, simplemente era otra clase donde la atracción de la pantalla llena de imágenes en blanco y negro nos mantenía un buen rato atentos o quizá porque era como “el juguete ajeno”, ese que uno no podía tener, ni había en la casa y simplemente había que aprovechar en ese instante.


Cualquiera fueran los motivos y que ahora no interesan, salvo los grandes saltos tecnológicos del color, los efectos y el movimiento, lo que se viene denominando como televisión educativa, representa una excusa para cambiar de lugar, de profesor o de situación, pero no logra presentarse como una verdadera posibilidad pedagógica, no alcanza a encarretar a los niños y jóvenes y continua mediada por el texto escrito, sin que su intención por lo menos pase al plano de la comprensión y la propuesta o lo que llamaríamos “recrear” ó “reconstruir” el conocimiento y aprovecharlo a favor de la persona.

Aquí tenemos que recurrir a lo que viene pasando con la educación en Colombia: Basta recordar que, según un informe de la Procuraduría Nacional, el 66% de los colombianos en edad escolar no tienen educación plena, es decir que se matriculen, pasen el año y aprendan algo que les sirva y que solo el 34 por ciento de la población entre 5 y 17 años disfruta del derecho pleno a una educación de calidad. Esta situación es lamentable y requiere una profunda y urgente reorientación de las políticas educativas, que valga decir, viene trabajando desde hace más de treinta años con indicadores basados solamente en las matrículas y no en aspecto como si aprueban el año y si la educación es de calidad.

Con estas datos, qué podemos esperar entonces de procesos educativos a través de los medios, si éstos son mucho más complejos y necesitan de un trabajo interdisciplinario donde se alterne o combinen elementos técnicos, pedagógicos, psicológicos y creativos, entre otros. En el caso de la televisión, que de por sí tiene una ventaja frente a los otros medios por la fascinación que ofrece a su audiencia, hay muchos intentos -como en la mayoría de cosas en Colombia- pero pocos aciertos por los presupuestos económicos tan escasos que se dedican a este sector y lo poco que hay lo “malgastan” ofreciendo favores y dando prioridad a asuntos puntuales y tradicionales (lo mismo que antes), cuando la televisión educativa debe obedecer a procesos y políticas y no implemente a rellenar espacios en las franjas de lo institucional para mostrar que se están haciendo cosas y que “por lo menos lo intentamos”.

Más datos. Estudios recientes sobre audiencias infantiles señalan que "el 50 % prefiere ver novelas y seriados, mientras el 27.7% ven dibujos animados; las telenovelas colombianas presentan un promedio de 315 escenas violentas por día; los niños dedican más tiempo a ver televisión que a leer; existe escaso control por parte de los padres sobre los programas que ellos ven".

A pesar de la evidencia, los mecanismos para hacer cumplir las disposiciones de vigilancia y control no se encuentran todavía en un buen nivel de desarrollo y son múltiples las dificultades que se enfrentan para aplicar con rigurosidad la norma: La orden constitucional que evita la censura supone que sólo se puede realizar "control posterior" al medio, es decir, sancionar sobre programas ya emitidos; “la débil autorregulación de los canales y la falta de comunicación entre éstos y RTVC produce un ruptura entre las políticas y la realidad evidente en la programación emitida; se suma a esta situación las dificultades para vigilar los contenidos de la programación pública, privada, regional y local”.

Más allá de las cifras y las explicaciones se concluye que en Colombia existe la norma pero no se aplica, existen los lineamientos pero no se siguen; así mismo, que los niños ven todo tipo de televisión y que los padres no pueden ser el mecanismo prioritario de control y vigilancia de calidad de contenidos entre otras razones porque mucho del tiempo que los niños pasan frente al televisor están solos.

Todo esto sirve para quitarle ese estigma a la televisión de considerarla “mala” por sí sola y no entender que constantemente a través de ella estamos realizando lecturas de carácter nacional y mundial. Por eso es estimulante saber que por ejemplo en Argentina algunas instituciones educativas tienen el proyecto, financiado con la embajada alemana, para que los partidos del mundial sean pasados en directo en las aulas de clase. Lo importante e saber que esa experiencia puede estar amarrada a clases de áreas sociales y aspectos de idiomas y cultura, por ejemplo.

Aquí en Colombia esta la experiencia “a prender TV” que se desarrolla en escuelas públicas de Bogotá. El objetivo principal es brindar a los niños y niñas de clases menos favorecidas, la oportunidad de aprender de una manera divertida y desarrollar estrategias para vincular la educación formal infantil con el uso de los medios masivos de comunicación. Esta propuesta crea una oferta de televisión de calidad, dedicada a promover los derechos de la infancia, los valores ciudadanos y el fortalecimiento de la educación básica primaria. El punto clave es que es necesario acercar la educación de la infancia al uso de nuevas tecnologías, para el desarrollo de competencias que permitan la adaptación a las exigencias del mundo.

Se valora también lo que vienen realizando con programas dirigidos a audiencias infantiles y juveniles por la televisión institucional, en horas de la tarde. Sin embargo esos espacios carecen de cierta identidad nacional, pues manejan vocabularios y escenarios muy “elevados”, citadinos y urbanos que dejan por fuera a n buen porcentaje de la población.

Es necesario entonces pensar en políticas de televisión educativa con presupuestos cercanos a lo que vale ofrecer piezas comunicativas que impacten, entretengan, formen y compartan conocimiento, pues de otra manera seguiremos otra vez intentando “educar la tele” y el aparato seguirá por todas partes de la casa y lejos de la escuela, donde debe entrar sin temor y con mucha responsabilidad para ser otra herramienta de trabajo ya mucho más cercana, sin tonos grises y en posiciones mucha más cómodas para que logre enamorar, persuadir y gustar, en fin que sea un objeto de deseo, por el simple encanto de aprender cosas útiles para la vida.

 
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