Después de los 17 años comprobé que "para lo que hay que ver con un ojo basta", pues producto de un accidente tuve desprendimiento de retina que fue atendido a tiempo y salvé el ojo izquierdo y el movimiento del derecho. Andrés Rincón no tuvo ni atención ni preocupación por su desprendimiento de retina y quedó en tinieblas, con imágenes sonoras en blanco y negro: blanco, muy blanco que es lo que ve por un ojo y negro, todo negro que le permite el otro. Y es un hombre común, heredero de una gran pobreza, pero con ganas de vivir la vida, soñando un mejor presente y sentenciando que para lo que hay que ver con un radio de pilas basta. La vida es a todo color, la de Andrés en blanco y negro.
Andrés Rincón Becerra
“Y qué
milagro e´verlo” -exclamó Andrés-, mientras estiró la mano buscando a
tientas otra que lo saludara. Cuando estreché su mano, la sentí tímida, callosa
y agarrada con firmeza, como algo que no se quiere soltar. Solo en ese momento
entendí la fuerza de las palabras de su saludo y atiné a decirle que ojalá eso
fuera así, que ojalá me pudiera ver. Andrés lleva unos 27 años experimentando
cómo las imágenes se le están opacando, su paisaje y su espacio se le fueron poniendo
gris. La vista le escasea, un “mal momento” lo dejó sin “nada a la vista”.
“Uyyy,
eso fue por allá en… mejor dicho yo tenía como veintisiete o treinta años,
-rememora Andrés- al tiempo que busca el tronco de madera para sentarse. Eso
fue un siete de diciembre, yo trabajaba en la albañilería y allí cerquita del
paso del tren estábamos celebrando las famosas candeladas, y entre chiste y
chanza, entre un trago y las bromas con eso de los apodos la pasamos bueno, hasta
que ya me sentía como rascao y así sin despedirme agarré pa´l rancho. Yo creí
que las bromas se habían quedado en la tienda, pero por el camino me atajaron
unos manes y me agarraron a golpes, me encendieron a pata y cuando me vieron
como muerto me arrojaron por una pendiente. Así fue, chistes caros por no saber
con quién se mete uno, pero mi Dios me tenía pa´ este mundo, -dice mirando
al cielo, clamando en silencio una explicación, agacha la cabeza, se restriega
los ojos, suspira, medio sonríe y suelta otra sentencia: me jodieron, me jodieron y de ahí pa´ca mire cómo me toca, a sumercé
lo conocí por la voz. Y pa´ellos no hubo justicia, eh, Dios verá y quién sabe
qué fue de sus vidas, ahí me jodieron y se largaron”.
Esa golpiza, que aún hoy no encuentra razones,
aparte de las heridas, chichones y lesiones que pasaron con el tiempo, le dejó
un ingrato quebranto, pues con los años empezó a perder visibilidad producto de
un desprendimiento de retina en ambos ojos. “Al principio no le paré muchas bolas, pues ahí veía, incluso me
llevaron a trabajar en tierras de Santander, pero estando por allá el asunto se
agravó, me fui quedando ciego y de tanto golpes y tropiezos no hubo más trabajo
y tuve que regresarme. Me iban a operar pero no hubo ningún familiar o persona
que se hiciera responsable y tocó dejar así”.
Andrés Rincón Becerra, “Andresito”, como se
quedó para la mayoría, -“será porque soy
ciego -enfatiza y guarda silencio-. O
que la gente me estima, quén dirá”. Es un hombre común, -como dice Piero en
su canción- con una patria, una bandera, una cara, una nariz, alguna miseria, una
alegría, una vieja enfermedad, alguna estrella, un llanto, un rencor, una nueva
franqueza, un apellido, un pasado, un presente, un futuro y un destino, una
oreja, una idea, un color, alguno que otro delirio, un corazón, algún silencio,
mucha rabia, un sueño, un inquilino, el sol, el cuerpo. En fin, un hombre común
que sobre todo tiene siempre lo que tiene que tener: ganas de vivir la vida.
Y tiene una niñez que recuerda en ese mismo
escenario rural que hoy habita, lleno de algarabía, risas y juegos de sus
propias fantasías como los aviones y las hojas de eucalipto convertidas en billetes
y los típicos como la pelota, el trompo, los cinco huecos y los aros.
La cotidianidad
“Cuando
tengo que ir a alguna parte me levanto a las cuatro, o si no a las cinco, con
el reloj del radiecito, me echo la bendición, hago mis oraciones y pongo a
hacer un cafecito, es que no me gusta salir sin echarle algo al buche. Pa´l
almuerzo una sopita, una avena, eso hay variedad, o hago un cocinado pa´ tres
comidas o puay un calentao. Ahhh y la especialidad un “cambao”, que es echar de
lo que hay, arroz, papa, pasta, así todo revuelto y listo. Para la cena con un
cafecito o una agua de panela calmo la barriga,
-suelta la risa- aguarde y le hago un
café que me da pena”. Luego viene la ceremonia de la dormida: “Primero me echó mis remedios, el azúcar, el
agua bendita de la Virgen de Santa Lucía y rezo mis oraciones, me encomiendo al
de arriba y a mirar pa´entro, aunque eso es lo que hago todo el tiempo”.
Eso cuando hay qué comer, porque otra veces
le toca apretar, aguantar, “aunque
pu´aquí los vecinos a veces me socorren. Pa´cocinar eso ya uno se acostumbra, ya le coge como el modito. Eso sí
me toca a tientas, tocando el talego y adivinando qué es, pero hay veces que me
equivoco, pongo un arroz y espero que se
seque y queee, pasa el tiempo hasta que me doy cuenta que era cuchuco u otra
vaina lo que le eche a la olla -se ríe, se quita la cachucha y se rasca la
cabeza- y eso no lo pierdo, pues ahí le
echo otras cosas que hay y me queda algo así como una sopa”.
De resto su vida pasa sin afanes, quizá lo
que le da cierta alegría, lo que lo mantiene en pie, pues sabe que de hambre no
se va a morir y que la soledad es una compañera que hace rato le pidió posada y
se le amañó, se ganó su corazón y ya no quiere que se vaya. “Tuve mis amores pero ninguno duró… no pierdo
la esperanza, es que también uno no hace el deber, pero en fin yo aquí con esta
soledad, mi Dios y la Virgen”.
La imagen sonora
Un hombre común con ojos en los oídos, que ha
aprendido que para lo que hay que ver, con un radio de pilas basta, por eso
todos los años, antes del 15 de enero, explorando con una vara llega a la emisora comunitaria Radio Semillas “a poner
mi aviso de cumpleaños, pa´que me saluden y para que sepan que yo existo, que
tengo alegrías y que celebro la vida”.
“El
recorrido lo hago a tientas, con ojos ajenos. Me voy por arriba, por la loma
porque por la carretera central le cogí miedo desde que una tractomula casi me
mata. Ahí me voy adivinando el camino, con la ayuda de los vecinos que me van
diciendo, con los perros que me salen a
ladrar y una varita con la que voy tantiando, tantiando, porque el susto es que
haya algún alambrado. De resto voy y vengo acompañado por el de arriba, mire, -esculca
su billetera y muestra estampas de muchos santos- aquí cargo mis cristos que están rezados, de resto eso ya uno se sabe
el camino de memoria, ya lo tiene como grabado, como cuando voy a trabajar
donde el General Vergara, en la Vereda El Chorrito, también cojo aquí por la
loma arriba. Eso sí me voy con las manos vacías y de vuelta puay la gente me da
que unas papas, que una panela, así, que esto pun caldo, ahí voy juntando mi mercadito”.
Y que sabe lo que siente, que del dicho al
hecho hay mucho trecho y cuando escucha la frase “ojos que no ven, corazón que
no siente” se queda dudando, no entiende, vuelve y pregunta, se frota las
manos, entrecruza los dedos y suelta despacio las palabras. “Yo si siento y mucho, claro, tristeza,
alegría, ganas de bailar, angustia, siento que tengo la vida y pa´qué más. A
veces por ejemplo me desespero y como que no me dan ganas de pararme, pero
prendo la radio y suena la carranga y eso me da fuerza, se siente muy bonito.
Uuuuu, es que la radio me permite ver, cuando dan las informaciones ya uno sabe
cómo está el pueblo, que quién está de cumpleaños, que quién se murió, que una
reunión, que una invitación, que las fiestas, que el tintico, la copla, ahí ta´uno enterado y hasta se imagina como está
todo pua´lla”.
La herencia bendita
“Nosotros
fuimos muy pobres, así que yo heredé la pobreza porque ni este rancho es mío,
esto es de mis tíos, es la herencia que dejaron mis abuelos, que ta´sin
repartir y aquí me quedé o pa´donde cojo. Y ha bregado para conseguir una casa digna,
con baño y cocina pero todo se le ha ido en promesas, en papeleo, en el famoso
“ya casi está lo suyo” y siempre aparece un impedimento. Sigue soñando, esperando la casita. “Ese es mi anhelo, cuando ha de ser que no
muera en un sitio propio porque la casita está como en el aire o quizá esperando
que llegue al cielo y allí la tenga, quén dirá”.
Su espacio prestado es un sitio muy bonito en
la vereda Las Vueltas, municipio de Tibasosa, a unos treinta minutos en vehículo
desde el centro del pueblo. Un paraje
rural rodeado de montañas por un costado y el Valle del Sugamuxi por el
otro. En un terreno donde cabría una cancha de fútbol, con sembrados de
hortaliza, riego del Río Chicamocha y el rancho de dos aguas, en adobe y teja
de barro que tiene todos los años y se está cayendo a pedazos. “Escasamente tapa el frío, menos mal que no
tiene goteras, pero en un invierno fuerte me
tocó salirme, ir a pedir posada pu’allí donde un vecino. Pero es lo
único que tengo, aunque ni mío es, es de mis abuelos pero por herencia de mi
papá me toca. Queda pensativo, parece mirar a lo lejos, su rostro se
transforma, habla con el alma. “Y aquí me
quedo, es que mi tío… uuuyy ese hombre sí que me da mala vida, qué no me hace,
me groserea, me pega, me maldice y me echa del racho cuando se le da la gana,
pero vuelvo y digo que esto también es mío y p’onde agarro, de aquí me sacan
con las patas pa´lante”.
Un camino a punta de caídas
Sus recuerdos, sus tristezas se mezclan con
alegrías, con los relatos que pasan por la anécdota, a los que les saca chispa
para contar. “Pa´bailar, eso sí, en mis
tiempos hasta en una pata, pero después ya no, seguro uno no es del acomodo de
las muchachas, o quién sabe qué piensan, hummm, como dice la canción –tararea
y va componiendo trozos de “Bailamos señorita”- será porque soy bizco, como dice Velosa, o por mi paso atravesao. Lo
cierto es que el rostro no me ayuda, pero todo es cuestión de gustos, con los
dientes no se baila y menos con las orejas, que sumándole los ojos, tal vez son
mis tres problemas”.
Si la golpiza que recibió le oscureció el
camino, otras circunstancias y accidentes le han marcado su presente. Huérfano
de mamá desde los siete años, de papá desde hace treinta. No estudio porque una
bicicleta lo atropelló por pasar “a la loca” la calle 80 en Bogotá y una volqueta
“casi le espicha la cabeza”, donde
tuvo que vivir un tiempo con un padrino y desde entonces no lo pusieron más a
la escuela. Una pendencia le ocasionó la pérdida de la vista y una tractomula que lo arrolló en una zanja cuando venía por
la carretera central de recibir un mercado que le da la alcaldía, le hizo coger miedo a esta vía.
Y para la vista le han recetado lo habido y
por haber. “Eso me han dado todos los
remedios, hummm, qué no me he hecho. Ahorita me estoy haciendo el del azúcar,
allá´rriba una señora me dijo que me pusiera azúcar en el ojo, que eso era muy
bueno. Otro señor me trajo el agua bendita de la Virgen de Santa Lucía y
también me la estoy untando con mucha fé, como me dijo allí un vecino, póngale
fé, que si mi Dios levantó un muerto, qué no puede hacer por un ciego, de
pronto hace el milagrito”.
Y
la impresión a dos colores
Andresito compone su vida sin encuadre, sin
luz, perdiendo muchas tomas, retratos que no pasan por su tomavista. “Y pa´que la luz, tengo mi radio de pilas,
mire este –señala un transistor “Premier”
cuadrado, negro, de dos pilas, que como muchas de sus cosas también se lo
regalaron- y de resto pa´que, por ahí si acaso para cocinar porque en el fogón es
muy jodido, el humo me jode y pa´ alumbrarme no hace falta, así que seguiré con
el sol acuestas, pa´que me caliente, porque lumbrera no necesito”.
Su vida entonces se mueve con imágenes en dos
colores, en blanco y negro. “Por este ojo
-señala Andrés- veo solo sombras,
todo negro. Y por el izquierdo una sola neblina, blanco, blanco y eso ya no
tiene remedio porque dizque ya a esta edad es peligroso y por ir a hacer un
bien de pronto quedo peor” -sentenció-. Y sus imágenes ahora son
monofónicas, pues por su oído derecho no escucha. Fue al Puesto de salud y le
recetaron unas gotas que una muchacha del pueblo se las regaló, pero “eso no me han hecho nada, a lo mejor se me
jodió ese oído”. Nos despedimos, esta vez estiré la mano y el la sujetó sin
dificultad. Dios lo lleve y que vuelva,
pa´vernos otro día. Quedó, como todo hombre común, en su rancho, aguardando su
casita, una estufa que no eche tanto humo, un mejor presente y una señorita
para bailar.